Futbol
El
enloquecimiento acelerado de esta maquinaria deportiva requiere la complicidad
de muchos padres que pierden la cabeza, y acarician, a las primeras de cambio,
un futuro de promesas para sus hijos. El fútbol deja de ser un juego,
exigiéndoles la seriedad y el rendimiento de un niño superdotado.
Como punto de partida, solo y exclusivamente, me centraré en lo
que es mi apreciación personal y por lo tanto la intención de total objetividad
en la valoración de la formación, del fútbol de base.
Habiendo dejado claro que probablemente yo no sea la persona mas
indicada en emitir juicios de valor en ninguna de las facetas que intervienen
en esta competición, el desarrollo de este artículo lo voy a desglosar, sin
pasar a enumerar las posibles carencias que hacen que la formación no tenga la
calidad deseada, abordando de pasada algunos de los condicionantes, no todos y
de una forma bastante libre, de:
- Entrenadores
- Federación
- Clubes
- Árbitros
- Jugadores
El
fútbol es un deporte que ofrece retos físicos, satisfacción emocional y valores
y experiencias de por vida a los que lo practican. Las siguientes normas éticas
y código de conducta perfilan una filosofía que es de gran importancia para el
fútbol y que debe ser recalcada en combinación con el desarrollo de la técnica
y el estilo de juego.
- Dentro de este
contexto, los entrenadores deben priorizar el bienestar de sus jugadores,
respetar las normas de conducta y competencia profesional.
- El comportamiento
ético de los entrenadores se demuestra en sus relaciones con los jugadores,
colegas, árbitros, directivos, padres...
La apremiante exigencia
de ganar como sea desata la agresividad que canaliza el deporte, desluce el
juego, que puede reventar a los futbolistas y agotar la paciencia del público.
- Los entrenadores son
un modelo de comportamiento y deben entender la gran influencia que sus
palabras y acciones tienen en los jugadores que forman su equipo.
Por esa razón debe
considerar su principal responsabilidad la continuidad de los valores morales y
la conducta ética que se deriva del espíritu del juego y que se establece en el
reglamento.
De esta manera, los
entrenadores mantienen la estabilidad de la comunidad futbolística y promueven
la buena reputación de la “profesión” de entrenador. Entrecomillada la
expresión de “profesión” porque en la mayoría de los casos, los entrenadores no
cobran nada sino que suelen tener gastos, sin entrar a valorar las horas y la
dedicación que han de tener.
Es notoria la falta de
técnicos especializados en formación de base, por esta razón, en muchos casos
se delega esta responsabilidad en personas no preparadas específicamente, aún
cuando manifiestan una total entrega y dedicación.
Estas circunstancias implican
una serie de consecuencias que condicionan la labor que se puede realizar con
relación a la formación de jóvenes jugadores.
Programar el
entrenamiento, significa adecuar el tiempo que uno dispone en función de las
necesidades propias del grupo. Generalmente en las categorías amateurs, los
entrenadores disponen de un máximo de 6/7 horas semanales, que deben ser
aprovechadas para poder mejorar características individuales (lo que no siempre
es posible) como colectivas, desde el punto de vista técnico-táctico, físico y
psíquico.
En consecuencia, el
entrenador deberá hacer frente a:
- Horarios nocturnos de
los entrenamientos, con luz artificial (generalmente escasa), frío intenso, etc.
- Lugar físico donde se
trabaja, no siempre adecuado para la exigencia, espacios reducidos,
irregularidad de los terrenos etc.
- Presencia de
jugadores, normalmente no son totales o con llegadas tarde.
- Problemas alimenticios
por falta de tiempo, medios o escasa información.
- Cansancio físico y
psíquico después de una jornada laboral o de estudio.
A éstas y a muchas otras
dificultades, deberán adaptarse tanto el entrenador como el equipo; tratando de
no improvisar para no perder la naturaleza de los objetivos propuestos y
optimizar al máximo cada sesión de entrenamiento.
Por lo tanto es posible
estimular a los jugadores con propuestas organizadas y sin pausas inútiles,
para que el tiempo sea realmente efectivo. Sin dejar de lado las ejercitaciones
con balón, como tampoco el trabajo táctico, que en algunos momentos es
indispensable.
La tentación de
intensificar la presión competitiva en edades cada vez más tempranas es un
disparate que sólo puede entenderse por la ignorancia, el peso de la inercia, o
la dinámica en que nos movemos. Este experimento con los niños carece de base
científica alguna, al punto de que puede estar provocando un efecto negativo,
que ayude a fracasar en el desarrollo del talento de los nuevos jugadores.
En estas edades, el mimetismo del fútbol adulto pasa por
alto una regla de oro en la educación: siempre son más importantes los niños y su
formación, que la actividad que realizan. Tampoco se debe olvidar que la
maduración de estos jugadores es inseparable de su propio crecimiento emocional
y su formación integral como personas. Se trata, por tanto, de hacer el fútbol
a su medida, en lugar de forzar una adaptación de los pequeños a una actividad
que no ha sido pensada para ellos y que, en lugar de animarles, puede frustrar
su aproximación al deporte.
Esta inadaptación había
penalizado hasta ahora a las niñas, al punto de considerarse poco menos que
normal su marginación en este deporte, pero, en los últimos años el fútbol
empieza a despegar contando con gran cantidad de equipos de chicas, pero se
palpan indicios claros de que el aumento incontrolado de la presión competitiva
también está afectando negativamente a la mayoría de estos equipos.
El futuro de este
deporte, al que apenas se dedican recursos por parte de entidades locales,
federaciones y clubes para mejorar la formación integral de los jugadores y sus preparadores,
desde las primeras etapas, hace pensar que se presenta poco esperanzador.
La repetición
disciplinada de automatismos en los entrenamientos, y esta obsesión por ganar
en la competición temprana, limitan la práctica del juego, que es el medio más
estimulante para que el niño tome confianza, aprenda y disfrute, también del
fútbol. En lugar de pasárselo bien, educarse en el juego limpio y despertar su
creatividad, la disciplina empleada para garantizar el orden establecido
termina, muchas veces, aburriendo a los niños.
Una enseñanza formal tan
prolongada desde la más tierna infancia muy distinta del aprendizaje informal
en la calle que sucedía hace apenas unos años puede retraer el talento
individual de tantos jugadores, que adolecen con frecuencia de un estilo muy
estandarizado. La aplicación de pedagogías tradicionales centradas en la
transmisión, a todos por igual, de aquello que han de aprender, produce una
clonación de jugadores que integran colectivos con un rendimiento enorme a
corto plazo, pero excesivamente previsibles, para satisfacer las exigencias de
flexibilidad y excepcionalidad individual que reclama el fútbol.
Después de muchos años
de sobreentrenamiento y dedicación prácticamente exclusiva al fútbol, soñando
con ser uno de los elegidos, a la inmensa mayoría de los participantes en este
deporte les aguarda una salida frustrante, que poco o nada tiene que ver con el
futuro anhelado. Cabe preguntarse si no se está pagando un precio muy alto para
acercarse al espejismo que representan los ídolos del fútbol, tan difundido
como inalcanzable, donde las excepciones confirman la regla. ¿Realmente merece
la pena sacrificar la infancia y la juventud de tantos deportistas, a cambio de
una formación tan limitada y unas promesas de éxito tan poco ciertas?.
El enloquecimiento
acelerado de esta maquinaria deportiva requiere la complicidad de muchos padres
que pierden la cabeza, y acarician, a las primeras de cambio, un futuro de
promesas para sus hijos. El fútbol deja de ser un juego, exigiéndoles la
seriedad y el rendimiento de un niño superdotado. Hay equipos, no sólo los
filiales de los grandes, también los más chicos, de barrio para entendernos,
cualquiera de los que forman parte en las ligas que tientan con promesas de
todo tipo a jugadores de otros equipos, antes incluso de acceder a la categoría
infantil. Privando a otros clubes de los mejores jugadores rompiendo en pedazos
dicho equipo con la única obsesión de ganar. Fruto de esta misma ansiedad, son
cada vez más frecuentes los comportamientos de ciertos padres incontrolados que
se pasan todo el partido a voz en grito. Este espectáculo tan poco edificante
se deja ver también en los encuentros que juegan los más pequeños,
interfiriendo constantemente en la labor de los entrenadores e incitando a la
agresión dentro y fuera del terreno de juego.
Resulta
patético comprobar la desatención de los poderes públicos ante esta
degeneración del deporte, habida cuenta del interés social del fútbol, así como
de su enorme potencial para la promoción de hábitos saludables y valores que
nos son cada vez más caros en la convivencia diaria. Tampoco es tarea fácil
reordenar un sector tan poderoso que ha creado tramas muy extensas y sutiles de
intereses compartidos por la mayoría de la población, al punto de que las
políticas públicas ensayadas a contra corriente no han conseguido torcer esta
peligrosa dinámica, quedándose la mayoría de las veces en papel mojado.
Al final, por
impotencia, desconocimiento de los beneficios sociales del deporte, o por
desprecio hacia una actividad tan popular, los gobiernos han abdicado de su
responsabilidad para civilizar un sector que ha perdido la cordura, y posee una
capacidad de irradiación social tan evidente.
bonita tema
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